Ataque al Colectivo de abogados José Alvear Restrepo
de Maureén Maya, el jueves, 02 de septiembre de 2010 a las 19:24
Hay quienes propagan el odio como un fuego capaz de consumir todo atisbo de razón.
Ayer frente a la sede del Colectivo de Abogados, José Alvear Restrepo, miembros de varias asociaciones pro militaristas se enfrentaron con miembros de varias organizaciones sociales y defensores de derechos humanos.
Apoyados en la voz de una abogada que afirmaba tener pruebas sobre la presunta ubicación de los restos de dos víctimas de desaparición forzada en la toma del Palacio de Justicia (Norma Constanza Esguerra en la tumba del magistrado Serrano y Ana Rosa Castiblanco en la fosa común del Cementerio Sur), miembros de organizaciones como Un Millón de Voces contra las Farc, Héroes Visibles, Colombia Herida y ACORE (Asociación Colombiana de Militares Retirados) entre otras, argumentando la defensa de la dignidad nacional, lanzaron calumnias e improperios contra el Colectivo de abogados José Alvear Restrepo. Lo acusaron de ser una organización estafadora que cobra más de 400 mil dólares por víctima desaparecida, de los cuales se queda con 180 mil. Sin embargo, cuando se les solicitó pruebas admitieron no tenerlas.
Frente a ellos, sobre las escaleras del edificio, y separados por un cordón de policías, se encontraban varios miembros del Movice y otras organizaciones sociales; víctimas que exhibían las fotos de sus seres queridos desaparecidos, exigían justicia, recordaban que muchos de ellos también han sido objeto de atentados y persecuciones, y respondían a las agresiones verbales que recibían con la misma carga de dolor e indignación que expresaban los defensores de las fuerzas armadas y del Estado colombiano, que a su entender “jamás ha desaparecido a ningún ciudadano”.
El acto no sólo evidenció el nivel de intolerancia que existe en el país sino la incapacidad para argumentar con solidez, de interlocutar con respeto y coherencia, y aceptar versiones contrarias a la “verdad” que se quiere imponer, incluso con la violencia.
Ni siquiera fue posible abrir las ventanas de la solidaridad para entender, aceptar y respetar el dolor de las víctimas ajenas a sus apegos ideológicos. Y digo apegos, porque allí no media ningún razonamiento previo que impele a adoptar una posición clara y elaborada en medio de la guerra fratricida que vive Colombia. No, el llamado perentorio es a descalificar, a estigmatizar, y a exterminar toda voz disidente.
Una mujer insistió en afirmar que una tal Irma Guarín era guerrillera y que no fue desaparecida. No quiso aceptar que confundía a Irma Franco Pineda, guerrillera torturada y desaparecida en la toma del Palacio de justicia como ya lo comprobó la justicia, con Cristina del Pilar Guarín, cajera de la cafetería, quien también corrió la misma suerte de Irma. Sólo repetía que ese René Guarín era un malhechor, un secuestrador y un guerrillero de las FARC. Lo afirmaba tajante, pero sin pruebas.
Lamentable. Frente al fanatismo no hay margen algún para el razonamiento o la construcción de acuerdos constructivos.
Pueblo contra pueblo, víctimas contra víctimas, oportunistas y politiqueros que se lucran del dolor de otros y lanzan palabras mediadas por el odio y el rencor y no por la razón.
Y es justamente ese odio enceguecedor, nutrido en la desinformación y la ignorancia, lo que nos impide forjar un proyecto de nación fuerte y cohesionado y apostar con contundencia a la construcción de un mejor país. Los oídos se cierran, la conciencia dormita y la boca sólo repite el discurso extremista y odioso que alguien propagó y sobre el que muchos se niegan a reflexionar. Ni siquiera hay esperanza de humana solidaridad.
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