“Un partido político es un proyecto político o no es nada”, señala Luis Sandoval en su libro “El PDA ¿Hacía dónde? ¿Con quienes?”
En su riguroso trabajo, Sandoval advierte la existencia de un desfase entre el partido o actor político y el proyecto político. Es decir, se plantea una extraordinaria construcción conceptual sobre lo que debe ser un partido político en contraposición a una deficiente ejecución política. ¿Cuál es la razón? Si se considera que la formulación de un proyecto político que reafirme las posibilidades que entraña un sistema democrático requiere de pluralidad, independencia, propuestas claras de impacto social y colectivo, en dónde falla el PDA? ¿Realmente falla? El PDA, como expresión democrática y movimiento político que es podría contribuir a ampliar la educación política de la sociedad, incidir de manera propositiva en la ejecución de transformaciones concretas y más allá de entrar a debatir un pobre y amañado discurso oficial, debería configurarse en alternativa real de poder capaz de responder con creatividad y eficacia, a los desafíos que plantea la triste realidad de este país.
La política resulta tan esencial al hombre y a la vida humana como el mismo aire. Toda sociedad es un colectivo y la política es la actividad mediante la cual se toman decisiones colectivas sobre hechos, problemas y situaciones de interés colectivo. Es decir, no es posible construir una nación si no se actúa desde la política. Pero la política para que sea efectiva debe ser limpia, debe contener elementos que refirmen la vida y la ética. Nuestras prácticas políticas han estado viciadas por el clientelismo, la corrupción, la violencia, el abuso de poder y sus efectos son esta Colombia destrozada, incrédula, marginada y empobrecida.
El PDA con mucho esfuerzo ha logrado sostenerse como bandera de unidad de la izquierda colombiana y de sectores profundamente democráticos, no obstante en la práctica cotidiana no ha logrado superar el mediatismo ni se ha abierto a la posibilidad de construir un escenario diferente al que le plantea el establecimiento.
El principal obstáculo que enfrente hoy el Polo no está afuera, no lo encarna el presidente Uribe, ni el apoyo que le brinda, según las encuestas, buena parte de la población. El principal obstáculo del PDA es su propia dinámica política; radica en que no ha podido desarrollar un ejercicio político activo consecuente con sus propios planteamientos y con los cambios de tiempo. El sentido del tiempo político y del tiempo histórico como lo plantea Luis Sandoval en su libro, reconoce la existencia de un mundo cambiante que lanza nuevas demandas pero también donde se impone cada vez con mayor ímpetu, la urgencia por dar respuesta a viejas problemáticas cuya solución sigue ocupando la agenda de la política nacional. Tiempo de crisis, el derrumbe del Estado o el “optimismo trágico” del maestro Molina al decir que de esta crisis con sus enormes costos haremos transito a algo mucho mejor y deseable para todos.
Desde hace muchos años las acciones políticas han estado determinadas por la acción de los violentos. Decir que Colombia más que una democracia sólida y reafirmada en la construcción de un Estado Social de derecho, sufre de una oclocracia en la que la acción electoral se desarrolla desde la ignorancia política, la apatía y la compra y venta de votos, es una realidad dolorosa que debemos conjurar. ¿Cómo actúa el polo para contrarrestar esta realidad?
Colombia hoy afronta una grave crisis social, moral, política, económica y de derechos humanos. Ejecuciones extrajudiciales, desplazamiento masivo, intimidaciones y amenazas a lideres sociales, rearme de grupos paramilitares, exterminio de sindicalistas y defensores de derechos humanos, exclusión social, pobreza, falta de garantías sociales, una política de seguridad democrática que recorta libertades, agentes de la fuerza pública convertidos en sicarios a sueldo, perdida de valores esenciales para el funcionamiento de la sociedad, una evidente relajación moral que permite que se paguen recompensas por asesinar y cortar manos de comandantes guerrilleros, oficiales de las fuerzas armadas abandonados a su suerte en las selvas por el Estado que juraban defender, sistemas tan aberrantes como el pago arbitrario de EPS de salud o de pensiones a empresas privadas, salarios de hambre, desempleo, exterminio sistemático de nuestras minorías étnicas, absoluto incumplimiento de las normas constitucionales, falta de garantías para el ejercicio de una oposición política, estigmatizaciones y persecuciones ideológicas, incremento de los recursos para la guerra mientras el país reclama paz y mejoras sociales.
Frente a esta tremenda realidad que vive y padece el pueblo colombiano, qué acciones concretas ha impulsado el PDA, que propuestas creativas plantea y que redes viene articulando con las organizaciones sociales y las comunidades.
El PDA no puede ser una caja de resonancia de las voces del gobierno y tampoco debe jugar en el tablero de la política tradicional. Tampoco debe abrazar ideas divisionistas a partir de individualismos, sino por el contrario debe sostener, a toda costa, la unidad en torno a principios y propuestas políticas osadas y decididas. Su llamado a la grandeza histórica exige que se reformule, que actúe con eficacia y contundencia, no ya para responder los ataques presidenciales sino para formular, desde el ejercicio político, el país que todos anhelamos. El PDA puede ser la gran decepción que reafirme nuestra precariedad democrática o puede ser la diferencia que marque un nuevo rumbo para Colombia. El país ha caído en el negocio del miedo permanente y por ende de las reacciones defensivas por parte de movimientos políticos como el PDA. Esto ha frenado la ejecución de un plan propositivo que trascienda el unanimismo y se compenetre con la realidad del país.
Hoy, podemos afirmar que el mayor acierto del polo ha sido construirse sobre la posibilidad de representar una nación diversa y plural que clama libertad. Su mayor reto es traducir sus aspiraciones democráticas en una actividad constante al interior del partido en consonancia con el sentir y las esperanzas de la gente. Es articular su fuerza política con las organizaciones sociales, fortalecer la conciencia política y liderar una ruptura definitiva entre los viejos vicios que hacen de la actividad política acontecimiento mezquino y desafortunado y la nueva política que necesariamente se plantea desde la ética, la generosidad y la responsabilidad histórica.
En el Foro Social Mundial que se desarrolló el pasado mes de enero en la ciudad de Belém de Pará, en Brasil, el presidente de Paraguay, Fernando Lugo, frente a la necesidad de entender la importante articulación entre organizaciones sociales y partidos políticos, declaró:
"Los movimientos populares han sido el impulso para generar los cambios a nuestros países y es por eso que nuestros gobiernos progresistas que luchan por la nueva Latinoamérica necesitan de nuestros movimientos sociales porque son el soporte que garantiza que nosotros los mandatarios podamos impulsar los cambios necesarios. Hoy existe y se construye una nueva relación entre gobiernos, pero esto no basta porque tenemos que crear nuevas relaciones entre los partidos y los movimientos sociales que hacen vida en nuestras naciones, para así lograr una verdadera unión de las naciones”
La cultura política es la que hace posible que cada ciudadano se asuma como sujeto histórico, como posible actor de cambio y como sujeto de derecho. El activismo quizás refleje un despertar de la conciencia, pero esas actividades públicas deben tener un sentido que trascienda la expresión de apoyo o rechazo a determinado suceso. Es decir deben ser propositivas y deben plantear exigencias concretas. El PDA podría llenar de contenido político y social esas expresiones, sin que en ello asome el oportunismo electorero.
Luis Mattini en su texto “Algo sobre el papel del individuo en la historia” lo expresa claramente: “¿Será que las marchas actuales están muy influidas por el criterio televisivo que lo que no se ve no existe? Tengo para mi que las marchas actuales es la muestra de cómo la izquierda ha sido captada por el criterio que la política es espectáculo. De allí la importancia mayor a la fanfarria-carteles, gorritos, uniformes, banderitas, etc., que a la acción de una marcha.
La marcha es, entonces, la expresión mayor de conciencia de la izquierda actual, por lo tanto su expresión moral. Y desgraciadamente refleja plenamente su pobreza espiritual.
Pero, por otra parte no se puede llevar adelante acciones políticas transformadoras si no se intenta al menos capturar la iniciativa. Iniciativa para romper lo dispuesto en la república de Platón, para romper la iniciativa del Poder. No puede haber creatividad sin iniciativa y viceversa, no puede haber iniciativa sin creatividad. Claro para asumir iniciativa y creatividad, además se necesita una gran cuota de coraje. El riesgo es que esa iniciativa se transforme en sentido ateniense de la Tragedia.
Para blanquear las metáforas lo diré claro: Iniciativa es rebeldía, y el Poder no perdona la rebeldía, la falta de coraje es no atreverse a la rebelión”.
¿Qué falta entonces para cobrar iniciativa en la izquierda colombiana?
Sobra miedo, miedo a la Tragedia. A perder sin apostar, a que reine la equivocación y que confundan a los demócratas con agentes del llamado terrorismo. Miedo a proponer y a retar el libreto oficial. Miedo a convocar y ha defraudar. Miedo a ser poder.
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