miércoles, 3 de noviembre de 2010

Acción de replica a columna de José Obdulio Gaviria


En memoria de María Mercedes Araujo

El confuso artículo de José Obdulio Gaviria, se vale de mi libro “La oligarca rebelde. conversaciones con María Mercedes Araujo” para, sin argumentos consistentes, desvirtuar a quienes apoyan al candidato presidencial Antanas Mockus y enlodar la memoria de una mujer valiente y siempre consecuente con los principios de ética, justicia, equidad que a lo largo de su vida defendió, aún cuando ello le significara ser acusada de “traidora de clase”.

No sólo escribe mal mi nombre, en lo cual se interpreta una clara intencionalidad, y coloca Maireén Maya, sabiendo, si tiene el libro que cita, que mi nombre como está escrito allí es Maureén Maya Sierra. Pero más allá de esto, se atreve a deslegitimar la lucha por la paz que María Mercedes Araujo emprendió desde su juventud, primero como miembro del Partido Liberal, muy cercana a la Casa Lleras, y luego como miembro del movimiento de izquierda Firmes, y jefe de campaña del maestro Gerardo Molina. Sus acusaciones son graves, y de manera perversa distorsiona los recuerdos que a lo largo de tres años María Mercedes me confió, y que por fortuna guardo grabados, con el fin de que fueran consignados en un libro donde se contaran hechos históricos sobre ese país que no quería que heredaran sus nietos. Irresponsablemente, quizás porque sabe que ella murió hace año y medio, dice que María Mercedes estuvo involucrada “casi que directamente, en el secuestro de Gómez Hurtado y la destrucción del Palacio de Justicia”. Eso es falso. María Mercedes, y ello queda consignado en el libro, nunca admitió armas en su casa, jamás participó en acciones de violencia ni fue una criminal. Al contrario, fue su actitud conciliadora lo que la llevó a profundizar en la compleja trama en la que se inscribe la historia social, política, económica del país y sus protagonistas. Y si el comentario, obedece a su cercanía con algunos líderes del M-19, a sus ingentes esfuerzos por propiciar, desde su “casa de la Paz”, un acuerdo entre gobierno e insurgencia, valdría recordar, que producto de esos acercamientos se sentaron las bases para el primer acuerdo de paz serio con el M-19 y que la destrucción del Palacio de Justicia y el asesinato de buena parte de los magistrados, como lo demuestran los informes de balística y de Medicina Legal de la época que parcialmente reproduce el Juzgado 30 en 1989, fueron ocasionados por el exceso de fuerza y material bélico empleado por las Fuerzas Armadas en la retoma del Palacio.

Gaviria también concluye que no creer en la palabra de los militares, la hace parte de esa mentalidad “…aún vigente, anoto, entre la larga cofradía mamerta". Término ese de "mamerta", que además de ser obtuso y peyorativo, lleva implícito un veneno histórico que debe ser superado. Razones para no creerles a los uniformados hay muchas. No es secreto para el país, que durante varias décadas, los batallones de inteligencia militar se convirtieron en centros de tortura y desaparición forzada; que miles de presos políticos, de personas inocentes acusadas de militar en la izquierda, como si ello fuera un delito, fueron brutalmente torturadas por agentes del Estado, y estos hechos, comprobados y denunciados por varios organismos internacionales, fueron negados infinidad de veces por los altos mandos militares. La existencia comprobada de los llamados “Falsos positivos” es una razón más para desconfiar de buena parte de las Fuerzas Armadas, así como sus comprobados vínculos con grupos narcoparamilitares para la realización de masacres y ejecuciones.
Lo citado por el señor Gaviria es descontextualizado y no hace referencia a los hechos en los cuales María Mercedes sustenta su incredulidad, lo que no puede extrapolarse a las fuerzas militares en su totalidad, claro está.

Dice José Obdulio: “Me jugaré el resto de mi vida en contra suya" (pág. 18), inventa que le dijo a Uribe”. ¿Cómo afirma él que inventa? María Mercedes siempre fue una mujer vertical, coherente y jamás se dejó amedrentar por la autoritaria voz del presidente Uribe ni por los militares envalentonados que allanaron su casa a comienzos de los ochentas.

Fue una oligarca, es verdad, lo que no es incompatible con las creencias, luchas y acciones que marcaron su vida; sin embargo, no fue esa condición lo que la llevó a construir caminos de paz en Colombia, sino su sensibilidad social y vocación de servicio, sumado a la formación política y social que recibió de su primo Camilo Torres Restrepo, y de las clases de sociología en la Universidad Nacional que le dictaron los maestros Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna. Además, la activa participación política de su padre, Alfonso Araujo, connotado líder liberal en tiempos de la llamada “violencia”, la convirtieron en un ser humano excepcional; en una enamorada de Colombia y en una convencida de que sólo a través del diálogo sería posible conjurar esta larga guerra fratricida que ha costado la vida a millones de colombianos.

El señor Gaviria no hace ninguna alusión, siendo realmente lo más relevante en las conversaciones con María Mercedes, a esa infatigable lucha que ella emprendió por lograr la reconciliación de Colombia; pues si bien en su amplio recorrido se produjeron interesantes situaciones que pueden resultar anecdóticas, también surgieron proyectos importantes para Colombia como la construcción del barrio Araujo al norte de la capital o su mediación oportuna para la liberación de Jaime Betancur Cuartas, secuestrado por el ELN en 1983, cuando su hermano Belisario era Presidente.

Si los miembros y simpatizantes del Partido Verde, o el mismo candidato Antanas Mockus, que no son oligarcas, ni rebeldes en su totalidad sino ciudadanos íntegros que sueñan con un mejor país, poseen el mismo decoro, amor por Colombia, el valor y la entrega que caracterizaron la vida de María Mercedes Araujo, quiere decir que Colombia no está irremediablemente pérdida y que en efecto, tenemos derecho a la esperanza. Un cambio sí es posible, pese a los esfuerzos de hombres como José Obdulio, por desvirtuar la historia y ahondar la fractura social y política del país.

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