miércoles, 3 de noviembre de 2010

“Barrancabermeja: Dónde el amor es la clave”

“Barrancabermeja: Dónde el amor es la clave”[1]
Por Maureén Maya

La semana pasada en el Club Infantas de la ciudad de Barrancabermeja se llevó a cabo el Primer Encuentro Nacional de Planeación Local y Presupuesto Participativo. En un ambiente de calma, orden y armonía, se presentaron las ponencias de un selecto grupo de invitados, entre ellos tres voces autorizadas provenientes de España, Brasil y Uruguay y de algunas autoridades regionales. Con una organización casi milimétrica que hizo posible que las actividades programadas transcurrieran sin tropiezo alguno, y que al final, el optimismo y las ganas por conocer más sobre esta genuina expresión de democracia participativa permitiera formular la creación de una Red Nacional de Planeación local y sentar las bases para un segundo encuentro, el evento culminó con la sensación de éxito total. Todos los esfuerzos invertidos se vieron recompensados por los resultados. Al interior del Club Infantas, decenas de colombianos asumían con resolución su ciudadanía y su firme compromiso de trabajar en comunidad por lograr un incremento en la calidad de vida de otros cientos de compatriotas. Afuera del Club la realidad de la ciudad era distinta.

A esas mismas horas la Corporación Regional para la Defensa de los Derechos Humanos –CREDHOS- había convocado a una rueda de prensa con la presencia de Brigadas Internacionales de Paz, de varias organizaciones sociales, y de algunos medios de comunicación, con el fin de denunciar el clima de tensión y violencia que se vive en la ciudad petrolera. En menos de 24 horas tres jóvenes habían sido asesinados a disparos; el último de ellos escasamente llegaba a los 14 años de edad. También se denunciaron las amenazas de muerte recibidas por el señor David Ravelo Crespo, secretario general de CREDHOS y por varios dirigentes de la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra –ACVC-. Algunas de estas amenazas eran atribuibles al Comandante “El Panadero”, quien ya había declarado a Ravelo objetivo militar y declaraban “muerte de todos los izquierdistas comunistas […] muerte a todos los integrantes de asociaciones, ONGs, y sindicatos de nuestra querida Barrancabermeja”. La amenaza era firmada por el autoproclamado grupo de las “Autodefensas Gaitanistas de Colombia” –AGC-. Otros pasquines enviados recientemente vía correo electrónico desde la dirección santandersinguerrilla@yahoo.es, conminaban a varios sindicatos
-entre ellos ANTHOC, SINALTRAINAL, USO, SINDISPETROL, ADECO, y a las ONGs OFP, ACVC, PPDH y CREDHOS- a “terminar sus vínculos con los grupos terroristas” amenazando con que, de lo contrario “los obligaremos a hacerlo por la fuerza”. Amenazas similares, firmadas por el Frente Lanceros Boyacá – Santander, el Bloque Central Hermanos Castaño, el comandante del bloque Héroes de Castaño, alias Don Mario, y las ya consabidas Águilas Negras Unidas de Colombia, declaraban objetivos militares a los jóvenes del barrio 22 de marzo, sitio dónde justamente fue asesinado el menor de 14 años anteriormente mencionado.

Más que rezagos del paramilitarismo o grupos emergentes, lo que quedó plenamente demostrado tras estas denuncias -que debido al terror generalizado se pronuncian en voz baja, casi que en susurros- es que estas estructuras criminales se mantienen intactas en buena parte del territorio colombiano. Una lidereza social con quien tuve la oportunidad de conversar acerca del creciente número de jóvenes asesinados en Barrancabermeja, me contó que en cinco días seis muchachos fueron asesinados sin que las autoridades hayan aclarado ni uno sólo de estos crímenes, agregando que cada día llegan más y más familias desplazadas a la ciudad. Solicitándome la reserva de su nombre “porque el miedo no es cosa del pasado”, esta dirigente, notablemente alarmada, narró el caso de una familia conformada por dos adultos y tres menores, que hace poco más de un mes tuvo que huir del nordeste antioqueño a raíz de una masacre perpetrada por paramilitares, de la cual ningún medio colombiano dio noticia. “Llegaron en harapos, cansados, aterrados, con hambre y deshidratados […] Por fortuna logramos sacarlos de la región porque eran perseguidos y habían sido declarados objetivos militares por estos grupos que siguen operando en la zona y que son encubiertos por agentes del Estado”.

¿Qué sucede realmente en Barrancabermeja?

Históricamente esta región de Colombia ha sido duramente golpeada por la violencia. Su riqueza petrolera no sólo atrajo a grupos armados ilegales, sino que también se fueron consolidando fuertes estructuras mafiosas que coparon el espacio social y político de la región. La presencia guerrillera, en especial del ELN, y posteriormente, de algunos frentes de las FARC, predominó durante buena parte de las décadas de los setentas y ochentas. En forma paralela, las organizaciones sociales y los sindicatos fueron ganando importancia en todo el país, y poco a poco sus esfuerzos organizativos se convirtieron en un referente nacional, convirtiéndolas en blanco de toda clase de ataques y amenazas.

Actualmente Barrancabermeja se constituye en un fuerte desafío, tanto para las autoridades civiles, como para los grupos de apoyo y de resistencia civil que trabajan en la región, de manera valiente y comprometida. Labores como las que desarrolla Pastoral Social con la población marginada y con las víctimas de la violencia, sin duda alguna son un ejemplo para todo el país. La administración del alcalde electo, Carlos Contreras López -quien cuenta con un importante respaldo popular y ha dado muestra de seriedad y real compromiso con la comunidad, intentando cumplir con lo prometido durante su reñida campaña electoral- pareciera anunciar la llegada de un nuevo periodo para la ciudad, que durante décadas ha sido el botín de las grandes empresas, de los actores armados ilegales y de una dirigencia política desligada por completo de las necesidades de sus habitantes. En la actualidad, cuatro de las siete comunidades que conforman Barranca, se han declarado Territorios de paz y No Violencia”, y esto, en una situación tan compleja como la que afronta Barrancabermeja, representa una apuesta, además de osada, urgente. Aunque la violencia siga afectando la vida y el desarrollo de la ciudad, el valor, la resistencia y el coraje de su gente, son la expresión de un profundo compromiso con la vida y en un valioso ejemplo de dignidad.

Alexander Barajas Maldonado escribió un artículo titulado “Barrancabermeja: Territorios de No Violencia”, que inicia del siguiente modo: “El clima de Barrancabermeja —donde en un mismo día se puede vivir un caluroso atardecer y una torrencial tormenta— imita la ambigua realidad de este puerto santandereano sobre el Magdalena, donde bajo el mismo cielo se encuentran la riqueza petrolera y la miseria del desplazado; la belleza de sus ciénagas y el horror de una violencia tan añeja como inútil. Y coexisten, además, la sinrazón de la razón armada y la unión de la comunidad para defender la vida”[2]. Y es verdad. Barranca es un enigma doloroso pero a la vez esperanzador. Respirar en esta ciudad es difícil: es como si algo dulce, pero triste y trágico a la vez, se levantara del mismo asfalto que suelta toda suerte de espejismos, para tratar de tomar la forma del aire, de un aire que de cualquier modo no es fácil de digerir. En él se respiran miedos, viejas derrotas, recuerdos relacionados con toda suerte de acciones heroicas o temerarias o sangrientas y brutales. Aún es posible escuchar el eco los disparos que le cegaron la vida a Ricardo Lara Parada en 1985, quien desde su retiro de la lucha armada se había comprometido con la paz de la región. También se escuchan las voces de Jesús Rojas Castañeda, miembro del sindicato local de profesores del Departamento de Santander o de Julio César Díaz Quintero, afiliado al Sindicato de Trabajadores del Seguro Social SINTRAISS, y las de una gran cantidad de líderes sociales y sindicalistas impunemente asesinados.

Es evidente que en la ciudad petrolera persisten residuos de una cruenta guerra que no quiere terminar, y que, de modo reiterativo, marcan la cultura local. El miedo y su constante desafío son parte de una tradición de lucha por la vida y resistencia ante la barbarie. Los muertos, los desaparecidos, las amenazas, los ejecutados, los desaparecidos, la incesante pugna por el control y el poder sobre esta región, más que historia patria, son parte del presente. Viejos y nuevos actores de la violencia conviven en el mismo escenario, asumiendo sus mismos roles, como si el tiempo se hubiese detenido para ellos en el momento más álgido del camino y como si los procesos de cambio que sacuden el mundo y el corazón de miles de colombianos hastiados de la violencia no hubieran logrado penetrar la densidad de su mundo. Por ello, hoy más que nunca, las organizaciones civiles juegan un papel fundamental en la defensa de los derechos humanos y se constituyen en un grito que rompe el olvido y desafía la impunidad.

En febrero de 2001, la Embajada de Estados Unidos a través de una declaración pública, deploraba el recrudecimiento de la violencia en Barrancabermeja: “La ciudad está en medio de una intensificación de la lucha por el control de la región entre paramilitares y guerrilleros. Estos combates urbanos dejaron como resultado 567 homicidios en 2000. Y en lo que va corrido de este año ya han sido asesinadas sesenta personas. Tristemente las verdaderas víctimas de este conflicto civil en Barrancabermeja, así como en toda Colombia, son ciudadanos inocentes”[3]. En octubre de 2005, la Defensoría Regional del Pueblo informaba sobre 106 muertes violentas, el destierro de más de 500 personas por amenazas y la desaparición de 21 personas. Desafortunadamente estas cifras siguen aumentando. A un mes de iniciado el 2008 ya se habían registrado 22 asesinatos. Según el Observatorio de Paz Integral, la cifra de homicidios en Barrancabermeja ascendió en el primer semestre del presente año un 209 por ciento, en relación con el mismo periodo en el 2007. Entre enero y junio de 2008, 44 personas fueron asesinadas.[4]

En el marco de toda esta rapiña por el poder que buscan imponer unos actores sobre otros a través del crimen y la intimidación, subsisten esfuerzos increíbles por romper la quietud y el letargo que dificultan cualquier actividad en medio del calor insoportable de días interminables en los que ni siquiera se mueven las hojas de los árboles. Organizaciones sociales, como la OFP o las nuevas organizaciones de jóvenes, son un permanente desafío a la muerte y al olvido.

Barrancabermeja entre la opulencia y la miseria

Barranca es el principal puerto que existe sobre el río Magdalena. Allí se encuentra una de las dos más importantes refinerías de petróleo de todo el país, de la cual dependen buena parte de las empresas que trabajan y comercian con sus derivados. Sin embargo, y contrario a lo que pudiera pensarse, dada la cantidad de dinero que produce el negocio del petróleo, el progreso de la ciudad ha sido lento debido a los factores políticos, culturales y sociales que han sido mencionados anteriormente. Barranca vive el atraso de la guerra y los efectos de una destacada labor de saqueo, corrupción e inoperancia administrativa. Es difícil aceptar que una ciudad como ésta, con tanta afluencia de turistas y empresarios, y que además es conocida como el Puerto Petrolero de Colombia, cuente con vías tan deplorables, como la que comunica al aeropuerto con la ciudad, o que el mismo aeropuerto sea similar al de cualquier ciudad colombiana sitiada por el abandono y la pobreza.

La principal fuente de empleo en Barrancabermeja es Ecopetrol. Según sus propios registros, hasta octubre de 2008 esta sociedad – ahora de economía mixta- había generado un total de 65 mil 615 empleos a través de empresas contratistas, en la Refinería de Barrancabermeja y en los campos de operación adscritos a la gerencia regional Magdalena Medio. El 55 por ciento del personal contratado, es decir, 36.175 empleos, corresponden a mano de obra local”. La infraestructura de la refinería de Barrancabermeja o del llamado Complejo Industrial de Barrancabermeja, está bajo control de Ecopetrol desde 1961, produce cerca de 250.000 barriles de combustible al día y tiene una extensión de 254 hectáreas en las que se ubican más de cincuenta plantas y unidades de procesamiento, tratamiento, servicios y evacuación de residuos. A sus afueras se encuentra como custodio del lugar y cómo símbolo de la ciudad el “Cristo Petrolero”, un monumento de veinte metros de altura, elaborado por los mismos trabajadores de la refinería y que reposa sobre las aguas de la ciénaga Miramar.

Una torre alta de las muchas que asoman desde la ciudad de hierro, como se conoce a la impresionante refinería de petróleo, expulsa de vez en cuando un gas denso y amarillo. Es azufre, me explica el padre Eliécer Soto, director de Pastoral Social. Esto sucede en algunas ocasiones, cuando se presentan equivocaciones al interior de la planta. “Es mejor así” -me dice con voz firme- “el veneno se difumina en lo alto del cielo y ésto evita una tragedia de impredecibles consecuencias”. Advierto entonces en medio de esa amalgama de sensaciones que trae el aire de Barranca, que en el fondo hay un olor amargo predominante, no sé de donde viene, ni si se relaciona con la refinería, con el azufre, con el río Magdalena que atraviesa la ciudad, o con los muertos que reposan en el fondo de sus aguas, como confesara meses atrás, un jefe paramilitar desmovilizado. Lo que sí reconozco con total nitidez es que en Barranca no existe el silencio. Además del barullo humano propio de una ciudad, de su gente -mezcla interesante entre paisas, santandereanos y costeños- de los pitos y de las chicharras, todo el tiempo se escucha un susurro lejano, una especie de silbido plano y constante que no reposa y que puede advertirse desde cualquier punto de la ciudad. Este sonido efectivamente proviene de la refinería, como me explica un habitante de la ciudad, “pero al rato de escucharlo ya el oído se acostumbra y no existe más”. Como sucede con los muertos, pienso yo, o con las víctimas de la guerra, que, desde que tengo memoria, azota al país. El sonido nunca se detiene, siempre está presente, ahí, se escuche o no, está como un himno permanente y vigilante, como los ojos de quienes se fueron antes de tiempo y desde el silencio de la muerte que se resiste al olvido, claman justicia y dignidad.

Que los barranqueños se acostumbren a ese sonido metálico y que para muchos sea parte natural de su entorno es comprensible; lo que no es comprensible es que sus ciudadanos se familiaricen con la muerte y la empiecen a asumir como condición natural de la realidad en la que están inmersos. Afortunadamente los barranqueños han aprendido a hacerle el quite al sinsentido de la violencia y a desafiarla desde el trabajo social organizado y desde una apuesta ética en defensa de la vida.

Triste y oscuro el destino de un país que se acostumbra a la muerte, a la violenta usurpación de la dignidad de su gente, a la acción bárbara y criminal y al entierro definitivo de sus muertos que termina por avalar la desmemoria y la inhumanidad Aunque el ejercicio de la violencia siempre nos deje dolor y derrota, también nos impele a conjurarla a través de una férrea negativa al silencio y al olvido.

El amor es la clave.

[1] Slogan de la ciudad bajo la administración de Carlos Conteras López.
[2] BARAJAS, Maldonado Alexander; “Barrancabermeja: Territorios de No Violencia”. Ver en :
http://www.saliendodelcallejon.pnud.org.co

[3] The Center for International Policy´s. Colombia Program. Ver en : http/usembassy.state.gov/Colombia/wwwhbar1/HTML

[4] En El Tiempo; “Instalan cámaras de vigilancia en calles de Barrancabermeja”. Septiembre 18 de 2008.

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