miércoles, 3 de noviembre de 2010

La vergüenza social del suicidio

En muchos aspectos la humanidad registra extraordinarios avances, en especial en lo que se relaciona con ciencia, tecnología y medicina, pero en cuanto a desarrollo humano, crecimiento espiritual o comprensión sobre el sentido y valor de la vida, siguen primando concepciones erradas, castrantes, temerosas, y casi siempre se impone una lectura primitiva y bastante zoológica acerca del ser humano y la vida.

Seguimos cargando con taras irracionales del Medioevo, pensando en virtuosismos fundamentados en temores, hipocresías e imposibles humanos. Seguimos castrándonos, limitándonos en nuestras reales posibilidades bajo esquemas religiosos aprensivos, supersticiones irracionales o miedos infundados. Aún, pese al boom del libertinaje, impera el castrante y aburrido «que dirán»

Y aún produce vergüenza social afirmar que un ser querido, en su libre albedrio, optó por el suicidio, y muchos prefieren negarlo, disfrazarlo de accidente o incluso los mismos medios de comunicación suelen enmascarar el hecho para no asumir el reto colectivo de tener que descifrar el real causante de la muerte o, peor aún, intentan hacer de la tragedia un botín sensacionalista ajeno al análisis o la reflexión. Hay familias en las que también produce vergüenza reconocer que el respetable abuelo era homosexual y que murió asesinado por un amante o en un acto de feliz lujuria o a causa de una sobredosis. La hipocresía social y la necedad de querer mantener las llamadas apariencias siguen marcando el destino humano, el comportamiento social o exigiendo el sacrificio de amores que de no ser por la cobardía, habrían podido hacer historia.

El suicidio es una decisión respetable que, a veces puede ser decorosa. Cada cual hace con su vida lo que le parezca, y habrán quienes recurran al suicidio no porque anhelen morir sino porque no desean sufrir más o sentir lo que están sintiendo. Otros sencillamente consideran que la vida no tiene sentido, se cansan de vivir, y deciden ponerle a fin a su existencia cuando les viene en gana para no dejar que el momento definitivo lo decida un necio e incompresible destino. Muchos suicidas experimentan profundos estados depresivos, alteraciones siquiátricas y en estados de ensimismamiento profundo recurren a la muerte como vía de escape, a veces sin mayor conciencia de lo definitivo de la decisión. Otros suicidas optan por quitarse la vida de manera altruista obedeciendo a esas encrucijadas de la vida que los lleva en algún momento a tener que escoger entre su propia existencia o el bienestar de un colectivo o la vida de los demás. El suicidio siempre implica la voluntad o la decisión explícita de poner fin a la propia vida.



Muchas religiones, por supuesto entras ellas la castrante y manipuladora fe católica, lo consideran un pecado y en algunos sistemas judiciales se considera un delito. Para otros es un acto liberador y sí con la propia muerte se reafirman la hegemonía ideológica y la destrucción de los llamados enemigos, se entiende como un acto de generoso heroísmo.

En algunas sociedades en las que predomina una cosmovisión sacra se considera que es una grave afrenta contrariar la voluntad de Dios y cambiar el destino provocando la propia muerte; no se puede despreciar el regalo de la vida: nadie podría, no obstante, precisar si en efecto esa “muerte prematura” era parte o no de un destino ya trazado, sí es que en efecto hay tal destino y tal mapa de ruta señalado.

En 1897, el sociólogo francés Émile Durkheim publicó una obra titulada “El suicidio” en la cual señala que los suicidios son fenómenos individuales que responden a causas sociales. Uno de los síntomas que analiza el historiador Arnold Toynbee en los procesos de decadencia de las sociedades restrictivas, es el incremento de las enfermedades mentales, el surgimiento de sectas y el aumento en los casos de suicidio. En Colombia, según Medicina Legal, se suicidan 6 personas por día y los mayores causantes son los problemas de pareja o las crisis económicas. No se puede ignorar tampoco que la sociedad colombiana es una sociedad enferma marcada por el resentimiento social, la sed de venganza ante la parálisis de la justicia, la violencia, el miedo, el schock, la estigmatización y el desprecio por la vida en todas sus expresiones.

En una sociedad más consciente de su ser humano individual y colectivo el suicidio de uno sólo de sus miembros demandaría de una revisión sobre la realidad social que los propicia. Sería una derrota colectiva y no sólo una expresión de insatisfacción personal o un hecho noticioso de impacto mediático como el caso del aún no aclarado suicidio de la presentadora de tv, Lina Marulanda.

Según la Organización Mundial de la Salud, OMS, en una Jornada Mundial de Prevención del Suicidio realizada en el 2004, cada 30 segundos se suicida una persona en el mundo; es decir que cada día mueren cerca de tres mil personas por este motivo. Y por cada persona que acaba con su vida, al menos otras 20 fracasan en el intento. "El porcentaje de suicidios aumentó de 60% en el mundo durante los últimos 50 años y el aumento más fuerte se registró en los países en desarrollo", afirmó la organización. Cada año se pierden 14 millones 645 mil años de vida saludable por cuenta del suicidio, agrega. Sin embargo, las mayores tasas de suicidios se producen en países europeos sometidos a fuertes cambios climáticos o donde la deshumanización absoluta en sus relaciones interpersonales impide construir genuinos lazos afectivos; lo elemental ha sido resuelto y las motivaciones de la existencia se limitan a la propia satisfacción de las demandas personales.

Fuerza y debilidad son posibilidades dentro del ser humano. La solidaridad en cambio, es un deber social que siempre se puede y se debe expresar y por siempre reafirmar. Esa capacidad de sentir y saber al otro, de abrazar y dejarse abrazar, de crear y recrear afectos profundos desprovistos de etiquetas y expectativas, de mirar al otro en su profundidad humana, son opciones que enriquecen y dinamizan la vida al interior de los pueblos y las sociedades.

Quizás si dejáramos de vivir tan encerrados en nosotros mismos, si nuestro referente no fuesen las imposiciones ajenas, si no nos tomáramos tan en serio, si en vez de esperar de otros o de la vida misma lo que creemos “merecer”, si fuéramos más flexibles, más tolerantes a la frustración, menos exigentes con quienes nos rodean, si tuviéramos una visión más amplia y universal de la vida, si pudiéramos fascinarnos con lo que nos rodea, si más y más cosas nos interesaran y apasionaran, si en vez de lamentarnos por lo que no hay viéramos lo que hay, si nos dedicáramos a vivir intensamente, a valorar cada instante, cada encuentro, a reconocernos en otros y a dejarnos habitar por esos otros, a darnos sin temores y reservas, seguro podríamos ser más libres, más felices y más conscientes del supremo valor que encarna la vida.

Este corto viaje que llamamos vida es una aventura delirante, llena de abismos y contradicciones que bien vale la pena explorar y preservar.., que siempre vale la pena recorrer, que siempre vale la pena vivir, que siempre vale la pena…

// Allá ellos lloran, lamentan rabian, invocan la muerte, preparan la velación, aquí las teclas, el comercial de la radio, la nueva marca de shampoo, la contienda electoral, las nuevas encuestas, el himno nacional y empieza a anochecer...

La familia tardará años en recuperarse y en entender el alcance del libre albeldrío. Solidaridad y apoyo es lo que necesitan ahora.

Recuerdo que hace una semana se suicidó el padre del menor que fue atropellado por un transmilenio, vi a la viuda en televisión y me impresiono su generoso valor al exigir pasajes gratuitos para los estudiantes a la administración distrital. ¿Cuántos más se habrán quitado la vida hoy? ¿Por qué razones? ¿A cuántos le fue arrebatada la vida con violencia en este jueves soleado? ¿Qué otra especie animal se suicidará? ¿Cuántos silencios cómplices sacuden el aire frío de esta ciudad, cuantas estrellas lejanas nos observan con indulgencia y cómo serán sus ojos de arena y luz...? ¿Cuántas manos hambrientas se aferran a esta hora a la tierra y miran al cielo pidiendo piedad...?

¿Cuánto dolor habita a quienes piden morir y cuanto miedo en quienes suplican vivir....?

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